PEQUEÑA HISTORIA DE LOS RELOJES

Desde el reloj de torre hasta el reloj atómico, la búsqueda de la precisión tuvo un hito decisivo: la construcción del primer cronómetro

   Hoy en día consultar la hora es algo rutinario.

 

   Nos la facilitan nuestros relojes de pulsera (generalmente de cuarzo, que podemos adquirir a precios inferiores a muchos artículos de consumo diario y con precisiones de segundos al mes), los ordenadores de casa y de la oficina, el teléfono móvil, los relojes urbanos, relojes de pared en el hogar y en establecimientos públicos, la radio, etc…nos proporcionan la hora a lo largo del día y con gran precisión.

 

   Incluso para procesos técnicos que requieren una gran exactitud, la que proporcionan los dispositivos electrónicos basados en las frecuencias fijas del cristal de cuarzo son más que suficientes.

 

   Pero es posible obtener precisiones que rozan el límite de lo absoluto (un segundo en veinte millones de años): en centros oficiales y laboratorios de medidas de Europa, Norteamérica y el primer mundo en general, diferentes relojes atómicos basados en altísimas frecuencias fijas correspondientes a la transición de niveles cuánticos (en general del átomo de Cesio-133), emiten su señal horaria vía radio y pueden ser sintonizados por receptores GPS e incluso por relojes de pulsera que actúan de esta forma como relojes exactos (El primer reloj atómico fue construido en 1.948 por la Oficina Nacional de Normalización de los Estados Unidos).

 

   Sin embargo, en la antigüedad, el pulso del tiempo pertenecía al sol y los astros. Luego, durante cientos de años, disponer de un mecanismo capaz de proporcionar la hora ‘exacta’ fue un reto para la humanidad.

 

   Pero no sólo un mero desafío intelectual.

 

   El paso de la Edad Media a la Edad Moderna, viene en gran medida relacionado con el desarrollo del reloj. El salto de un mundo, principalmente agrario, basado en la hora solar (la salida y puesta del sol) a otro mundo laborioso y temporalmente organizado. El paso de un mundo dividido en continentes y culturas separados por infranqueables mares y océanos, sólo surcado por intrépidos marinos y exploradores, a un mundo global de comercio e intercambio sistemático de ideas, mercancías y personas.

 

   Desde finales del s. XIII, grandes relojes monumentales de péndulo exhibían la hora desde las torres de algunas iglesias, catedrales y edificios públicos proporcionando el pulso de las nuevas villas y ciudades.

 

   Y este dispositivo llamado ‘reloj’ proporcionó la clave de la navegación organizada.

 

   Si desde antiguo los marinos conocían con detalle su latitud (Norte-Sur) observando las estrellas mediante el uso de astrolabios, durante siglos la longitud (Este-Oeste) fue el gran enigma. Colón murió pensando que había descubierto las Indias Occidentales.

 

   Sólo un mecanismo autónomo, capaz de proporcionar una hora fiable independientemente de los movimientos del barco, permitió a los marinos medir con el sextante la altura del sol a las 12:00 del mediodía, y con ello y sus cartas de navegación, su posición planetaria de Este a Oeste.

 

   Sin embargo las travesías podían durar semanas o meses, los errores del un reloj se acumulaban en el transcurso del viaje, y con ellos la situación en el océano se volvía difusa…la navegación peligrosa, el comercio difícil…

 

   Paises con vocación marítima moderna, principalmente Inglaterra, compitiendo por la supremacía del comercio marítimo, se plantearon seriamente el reto de obtener un reloj preciso. Su gobierno aseguró cuantiosos premios a quién fuera capaz de desarrollar el más preciso de los relojes que fue bautizado como cronómetro.

 

   El primer prototipo de cronómetro eficaz fue construido en 1761 por el relojero británico John Harrison, quien, tras 50 años de investigación obtuvo en 1.773 el ‘Premio de la Longitud’ por su histórico prototipo nº 4.

 

   Esta tradición se mantuvo muchas décadas y hasta comienzos del siglo XX, diferentes Observatorios Europeos persistieron en convocar premios y concursos a quien presentara el reloj más preciso. El ganador obtenía no sólo el Premio sino la fama y el prestigio internacional, que fue generalmente repartido entre relojeros ingleses y suizos.

 

   Incluso, por sorprendente que parezca, cualquier moderno superpetrolero es pertrechado obligadamente, además de su instrumentación electrónica por satélite, GPS, con su correspondiente cronómetro mecánico de a bordo.

 

   Pareja al desarrollo del mundo moderno, la fabricación de relojes evolucionó desde el hogar del inventor a los pequeños talleres familiares, los talleres artesanos, la especialización gremial, y finalmente (finales del s XIX) las manufacturas seriadas.

 

   En una época que aún no había alumbrado la luz eléctrica, relojes cada vez más precisos y preciosos, maravillas micromecánicas cuyos centenares de piezas e ingeniosos mecanismos (este fue el nacimiento de la ‘nanotecnología’) eran ideados, patentados y elaborados manualmente por artesanos de fama mundial, poseedores de increíble ingenio y habilidad. Fueron suministrados a políticos, aristócratas, hombres de negocios, banqueros, científicos, observatorios y gobiernos.

 

      Detrás de geniales precursores como Leonardo da Vinci, Galileo ó Huygens, nacieron los nombres míticos y las dinastías que crearon la relojería moderna: Perrelet, Breguet, Lépine, Leroy, Berthoud, Guillaume, Harrison, Arnold, Earnshow, Graham, Mudge, Patek-Philippe, Vacheron Constantin, Golay, Ulysse Nardin, Jaeger-LeCoultre, Audemars Piguet, Girard Perregaux, Ditisheim…y los lugares que alumbraron esta efervescente industria: Ante todo Suiza: Ginebra-Nêuchatel y el Valle del Jura (Le Locle, La Chaux de Fonds,…). En Inglaterra Londres-Birmingham-Liverpool-Manchester. En Francia París- Ferney (dónde Voltaire dirigió una gran manufactura) -Besançon (hoy polo europeo de investigación microtécnica), en Alemania: Glashütte-Pforzheim, en Austria: Viena.

 

   Relojes de dorado bronce para salones y chimeneas. Relojes carillones para palacios. Relojes de viaje y despertadores en bronce y cristal. Relojes de lujo para adinerados bolsillos, con cajas de oro minuciosamente decoradas por orfebres y artistas grabadores y esmaltes deslumbrantes, con mecanismos de sonería, calendarios ‘perpetuos’ y autómatas musicales. En muchos casos su precio era superior al de una mansión. Cronógrafos y contadores para la industria y el mundo del deporte. Relojes militares. Relojes astronómicos. Cronómetros certificados de a bordo para los barcos. Relojes de Ferrocarril. Relojes de médico. Relojes ‘misteriosos’ de imposible mecanismo. Relojes ‘populares’ con cajas y mecanismos simplificados. Relojes eróticos. Sencillos ó sofisticados relojes de pulsera de remontaje manual ó carga automática…

 

   Pero este mundo sucumbió en los años 60 y 70 con la invención y producción de los modernos relojes electrónicos, primero de diapasón y posteriormente de cuarzo.

 

   Y esta defunción ha conducido en pocas décadas a la desaparición en bloque de oficios, gremios y conocimientos centenarios: relojeros capaces de elaborar y ajustar manualmente y mediante ingeniosas herramientas de fabricación propia, las minúsculas piezas: los topes y cojinetes de rubíes, los volantes equilibrados en diferentes aleaciones con sus diminutos tornillos, los ejes de volante con sus microscópicos pivotes, las espirales de acero azul templado e incluso de cristal, las ruedas con dientes de ‘lobo’ y especulares bruñidos, las cajas y sus finísimos grabados, las maravillosas esferas esmaltadas y rotuladas por artistas calígrafos…También se acabó la producción de ideas para el desarrollo de mecanismos de sofisticado diseño: turbillones capaces de corregir el efecto sesgado de la gravedad, escapes cronómetros de mínimo rozamiento y máxima precisión, calendarios perpetuos, movimientos provistos de la ecuación del tiempo sideral …

 

   Hoy en día sin embargo, la renovación del mito de los relojes mecánicos ha impulsado un sorprendente renacer de la industria relojera. Un reloj mecánico en la pulsera, más allá de proporcionar la hora, es un símbolo universal de la capacidad del ingenio humano, del ‘saber hacer’, de la belleza, de la elegancia, y en torno a este mito vuelven los nombres de las legendarias firmas suizas a los escaparates de los más prestigiosos establecimientos relojeros.

 

   En las subastas internacionales se observa una creciente tendencia compradora del reloj mecánico, principalmente de pulsera, de complicación y de las primeras marcas. Y aunque ciertos ejemplares históricos, baten recods multimillonarios, aún permanecen en un discreto anonimato, y sujetos a precios marginales, maravillosas piezas de bolsillo, elaboradas en una época anterior a la producción seriada, cuya hermosura no puede ser exhibida en la muñeca, sino sólo en la vitrina de museos y coleccionistas…

 
 

« Volver


Imágenes